jueves, 4 de octubre de 2012

La esencial intolerancia del pensamiento politicamente correcto.

Cuando leí esta entrevista, pensé que este momento era el indicado para compartirla con Uds. en el blog. Este momento histórico, este instante político social de nuestra Argentina, exhibe un escenario en el que la visión del intelecual consultado, puede ofrecernos algunas interesantes reflexiones que se ajustan, se amoldan de tal modo, que uno podría llegar a creer que está hablando desde nuestro contexto cotidiano, en el sur de América. Lo universal nos incluye, pero parece situarnos en el centro de la escena, a mi entender. 
No tocaré ni una coma ni un acento. Aqui se los dejo tal cual me llegó. 
Será el primero de una serie de artículos que hablan del tema desde diferentes ángulos y profundidades. 
Espero sus comentarios, por supuesto.

   Entrevista con Vladimir Volkoff

Marc Vittelio
[traducción de Damián Verde]
Vladimir Volkoff es doctor en filosofía, profesor de inglés, militar durante la guerra de Argelia, funcionario del Ministerio de Defensa y, más tarde, profesor de lenguas y literaturas francesa y rusa en Estados Unidos. Fue el primer escritor que Francia dedicó seriamente sus estudios a estudiar la manipulación informativa. Pariente de Tchaikovsky, es uno de los escritores mejor situados a la hora de explicar el concepto que conocemos como "políticamente correcto", tema de su último libro publicado en Editions du Rocher: "La désinformation par l’image". Nos hemos encontrado con este autor que rezuma humor y cultura por todos sus poros y que nos ha prodigado algunos consejos para combatir ese veneno que ataca nuestra sociedad.

—¿Cuál es su definición de lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto tal y como lo conocemos en la actualidad representa la entropía del pensamiento político. Como tal, es de imposible definición puesto que carece de un verdadero contenido. Su fundamento básico es aquello del "todo vale". En él encontramos restos de un cristianismo degradado, de un socialismo reivindicativo, de un economicismo marxista, y de un freudismo en permanente rebelión contra la moral del yo. Si comparamos el hundimiento del comunismo con una explosión atómica, diríamos que lo políticamente correcto constituye la nube radioactiva que sigue a la hecatombe.

—¿En qué consiste lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto consiste en la observación de la sociedad y la historia en términos maniqueos. Lo políticamente correcto representa el bien y lo políticamente incorrecto representa el mal. El summun del bien consiste en buscar en las opciones y la tolerancia en los demás, a menos que las opciones del otro no sean políticamente incorrectas; el summum del mal se encuentra en los datos que precederían a la opción, ya sean éstos de carácter étnico, histórico, social, moral e incluso sexual, e incluso en los avatares humanos. Lo políticamente correcto no atiende a igualdad de oportunidades alguna en el punto de partida, sino al igualitarismo en los resultados en el punto de llegada.

—¿Quién lo inventó?
—Nadie ha inventado lo políticamente correcto: nace como consecuencia de la decadencia del espíritu crítico de la identidad colectiva, ya sea esta social, nacional, religiosa o étnica.

—¿Quién lo practica?
—Lo políticamente correcto es de uso común entre los intelectuales desarraigados, pero como es contagioso, es normal que otras personas estén contaminadas sin que por ello sean conscientes de ello.

—¿Cómo podemos desintoxicarnos?
—La desintoxicación es difícil, en la medida en que vivimos en un mundo en el que los media (y la palabra media es, en sí, un barbarismo políticamente correcto) han adquirido una importancia desmesurada y son precisamente éstos los encargados del contagio masivo. El primer remedio consiste en tomar conciencia de que lo políticamente correcto existe y que circula sobre todo a través de nuestro vocabulario. El segundo, sería tomar conciencia de que el "yo" forma parte de un "nosotros" y de que ese "nosotros" debe proteger al "yo" contra el "se dice..." políticamente correcto. El tercer remedio consiste en poner en práctica la conciencia de renuncia a toda terminología políticamente correcta y a las ideologías sobre las que se apoya. Por ejemplo, hay que decir "aborto" en lugar de "interrupción del embarazo", "sordo" en lugar de "deficiente auditivo", "vejez" en lugar de "tercera edad", "sinvergüenza" en lugar de "inadaptado". Un "docente" nunca llegará a ser un "maestro".

—¿Cuáles son los estragos producidos por lo "políticamente correcto"?
—Consisten fundamentalmente en confundir el bien y el mal, bajo el pretexto de que todo es materia opinable.

—Aparte de la nación, ¿cuáles son los blancos predilectos de lo "políticamente correcto"?
—Los blancos predilectos son la familia, las tradiciones y, sobre todo, la creencia en ello, puesto que para lo políticamente correcto solo hay una verdad y lo demás es falso.

—¿Tiene usted la impresión de que Francia es uno de los países más tocados por lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto es supranacional como todas las enfermedades. Si estamos en condiciones de afirmar que nació en determinadas universidades americanas, no es menos cierto que se expandió rápidamente por todo el mundo. Quizá en los países de tradición cristiano-ortodoxa se resiste más y mejor a esta epidemia, probablemente debido a la propaganda comunista, quizá a la propia fe religiosa. Lo hemos visto recientemente con los casos de Serbia y Rusia.

—¿Cómo detectar a una persona "políticamente correcta"?
—Una persona políticamente correcta se considera a sí misma tolerante, pero no practica la tolerancia...

—¿Cómo evitar la contaminación?
—Es verdad que lo políticamente correcto nos acecha y se presenta siempre con argumentos inocentes y de fácil asimilación. Se trata de rechazar su inocencia y repudiar esa facilidad de asimilación. Es necesario, asimismo, prevenirse contra el mimetismo de hablar como los demás. Repito aún a riesgo de parecer pesado, el vocabulario políticamente correcto es el principal vehículo de contagio. En cualquier caso, hay que afirmar que lo políticamente correcto es una fe débil y que, como tal, no resiste a una enérgica aplicación del espíritu crítico. No hay que ser sumisos a los sentimientos y opiniones generalizados: el espíritu contradictorio más obtuso vale siempre más que la aceptación liberal del pasto mediático.

—Según vd., ¿cuáles pueden ser las consecuencias a corto y medio plazo del triunfo de lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto prepara el terreno de forma ideal para las operaciones de desinformación y para la expansión de la mundialización. Cuando todo el mundo crea que las verdades pueden ser objetos de truque, de que no existen ni verdades ni mentiras, el mundo estará preparado para recibir la misma propaganda, de participar de la misma pseudo-opinión pública fabricada para consumo universal. Y esta pseudo-opinión pública aceptará cualquier acción, incluidas las más brutales que indefectiblemente irán en beneficio de los manipuladores.


(Obras de Vladimir Volkoff sobre la manipulación de la información: "Le montage", "La désinformation, arme de guerre", "Petite histoire de la désinformation", "Désinformation, flagrant délit", "Manuel du politiquement correct" y "La désinformation par l’image")

martes, 7 de agosto de 2012

CON EL CUCHI Y EL PICHI, EN LA FALDA

 Me gusta escribir, aunque escribo menos de lo que me gustaría y tengo para echarle la culpa a "lo ocupado que estoy ultimamente". Pero hace unos días que siento la presión de cumplir con una vieja promesa. Rescatar grabaciones de hace unos 30 años, cuando en un Festival de Rock de La Falda, se entreveraron en una charla el Cuchi Leguizamón, hojas de coca en el bolsillo del saco marrón y el Pichi Pérez, que no llevaba saco puesto, andaba de chalequito (integraba el Grupo Trama de Río Cuarto, que tocó ese día) y seducido por el mágico momento, se prendió en ese intercambio inolvidable con el notable pianista, cómplice de Manuel J. Castilla y autores ambos de temas increíbles del cancionero folklórico argentino.
 
Antonio "Pichi" Pérez
Gustavo "Cuchi" Leguizamón
Pienso ahora en que importancia tuvo ese privilegio de charlar con el Cuchi, tanto para el Pichi como para mí. Yo les grababa la charla, me acuerdo, porque después de una nota con el Cuchi, el Pichi se prendió espontáneamente, por aquello de la confianza que daba nuestra amistad. No me olvidaré nunca de ese instante, seguido de una caminata de ambos hacia el escenario para escuchar al flaco Spinetta por invitación del propio Cuchi.  Como yo tenía credencial de prensa, podia estar en el backstage para hacer mis entrevistas, pero el Pichi y el Cuchi, tenían oblea de músicos y podían pasar al escenario y quedarse "entre patas" para ver y escuchar desde ahi. No tuve otra que volver al sector del público para disfrutar de Spinetta Jade. Cuando me ubiqué de frente y miré, no lo podía creer: los dos personajes estaban parados al medio, entre los equipos de guitarra y bajo de la banda de Spinetta, ¡en el centro del escenario!. Unos traguitos de más del Pichi y con el Cuchi medio coqueado, sin barreras inhibitorias, ni nadie que se atreviera a detenerlos, hizo que tomaran por palco vip al propio centro de la escena. Fue simpático, al menos para los que nos dimos cuenta del asunto antes de que los invitaran a "correrse un poco para el costado".
 Esa noche era la de un homenaje que Lito Nebbia le hacía al Cuchi, al Dr. Gustavo Leguizamón. Eran momentos de democracia recién estrenada, con folcloristas y rockeros, incluso algunos con formación jazzística, sumándose a una corriente de lo que llamaban "fusión" de géneros o estilos. Eso lo conmovió al Cuchi, que no tenía en Cosquín un espacio de tanto respeto como el que se le abrió en La Falda. Dueño de un concepto desafiante de la expresión folklórica, con arreglos audaces y heterodoxos, como se podía escuchar en las versiones que el Dúo Salteño hacía de sus temas, el Cuchi opinaba sin piedad sobre el festival coscoíno. Decía, en aquella charla, que Cosquín era "un museo que han entrado y lo han apaleado todo por dentro", en su marcado acento salteño. Sin embargo, no pasaron muchos años, tal vez un par, para que una canción suya ganara en el Festival Mayor de Folklore (Bajo el azote del sol, con letra de Antonio Nella Caastro, 1986). Fue diputado, fiscal de estado en Salta, y abogado, profesión que abandonó para dedicarse un poco más a crear una infinidad de melodías cuyo "centro geopolítico" era la baguala, según su propia definición. Fue un tipo tan singular, que se animó a proponer conciertos de campanarios en Tucumán y Salta y una vez hasta intentó hacer un concierto de locomotoras. Admirador de grandes de la música universal como Bach, Stravinsky o Beethoven, de talentos locales como el del propio Mono Villegas, a quien mencionaba en la nota que le hice aquella vez, era un "orejero". Su magia iba mucho más allá de cualquier instrucción académica.  
Una imagen del Cuchi Leguizamón que recuerdo claramente, es la de aquella madrugada en Ser: Café de las artes, Sobremonte al 800, poco tiempo después, no recuerdo exactamente en que año. Sentado al piano, antes de cerrar y cuando quedábamos algunos amigos de la casa, el nos daba con el gusto de algunos acordes impensados, un ronco cantar trasnochado, entrecerrando los ojos, sonriendo grande con esa cara de duende regorderte a punto de hipnotizarnos y hacer que hoy el recuerdo permanezca increíblemente vívido.
Me hace falta un grabador de cinta abierta en velocidad 3 3/4, Pichi. Si lo consigo, te aviso. Hasta pronto.         

miércoles, 4 de julio de 2012

BADIA Y LOS HEREDEROS

El lunes Tinelli despidió a Juan A. Badía. Después de decir que no había tenido oportunidad de hablar de la muerte del Beto, transcurrida la apertura de su programa, monologó durante unos cuantos minutos en la que hizo una sincera ponderación de la figura de Badía, sostenida con apuntes autoreferenciales en las que prevaleció siempre su agradecimiento. A la noche siguiente salió a jugar fuerte porque no estaba al tope de las mediciones y con una peluca rubia y tacos altos, junto a su equipo improvisó una suerte de farsa (del diccionario: tipo de obra teatral cuya estructura y trama están basadas en situaciones en que los personajes se comportan de manera extravagante y extraña) que le permitió subir en el rating con recursos verdaderamente opuestos a los conceptos que Badía manejo frente a una pantalla de TV.
De inmediato pensé en el artículo de Ricardo Sánchez publicó Puntal el sábado o el domingo. Copio y pego parte de ese comentario que tituló Maestría sin seguidores: "...El camino que abrió Badía, construido con buen gusto, amplitud de criterios, exquisitez sensitiva y profundidad de convicciones, se abisma a sus espaldas. Incluso ese Marcelo Tinelli que tanto lo quiso, tanto lo quiere y tanto lo admira, con evidente sinceridad, ubica su trabajo en las antípodas de los buenos modos, la delicadeza y la perspectiva de su maestro y amigo. Y no es el único. También nosotros, en tanto espectadores, obturamos ese camino abierto por Badía: nuestra selección diaria va exactamente en sentido contrario del que seguía el gran locutor. Acaso la mejor manera de reconocerle su trabajo sea remover las piedras que tapan hoy por hoy ese camino, transformando en conducta consecuente tantas palabras de  reconocimiento...".
Badía, en un programa que repitieron el viernes pasado, a la pregunta que hacían Tinelli, Listorti y Cia, sobre si podrían volver producciones como las que realizaba el creador de Imagen de Radio,  respondíó que no, que son otros tiempos. 
Querido Ricardo, parece que las piedras que hay que remover pesan demasiado. No quiero pecar de pesimista, pero el Beto tenía razón. No estoy seguro de si son otros tiempos en la sociedad y la TV los refleja o viceversa. Lo que parece es que el paradigma de los medios masivos de comunicación no es el mismo. La búsqueda de la excelencia, el desafío de sumar más contenido, mayor creatividad y riqueza expresiva han sido desplazados por otras urgencias. 
De todos modos, hay esperanza, siempre. Cientos de locutores, de dos o tres generaciones y  a lo largo y ancho de Argentina, en medios locales o nacionales de menor porte, y que ven con todo derecho a Badía como al gran referente profesional, son consecuentes en su labor cotidiana con quien consideran su maestro. Su capital no es el rating de Tinelli. No los ven ni escuchan millones cada día, pero están ahí, ocupados en que decir y cómo hacerlo.    
    


 


  

viernes, 29 de junio de 2012

BADIA EN MI

Murió Badía. 
Fue la última noticia de anoche, antes de dormirme.
Leí y escuché sobre esto durante todo el día. 
Son las 6 de la tarde y acaba de tocar el portero de la radio Ernesto Moyano. El Cucho no subió, me preguntó desde abajo nomás si fue conmigo que había estado con Juan Alberto Badía en ocasión de un viaje juntos a Buenos Aires. Le confirmé los datos de su difuso recuerdo. Fue a principios de los 80, un día que decidimos ir a LS5 Radio Rivadavia. Ese mañana un jovencito y simpático Marcelo Tinelli nos recibió y luego nos llevó de recorrida por la emisora de calle Arenales, mientras Larrea conducía "Rapídísimo" y le seguía Carrizo con "La vida y el Canto". Luego pasamos a conocer los estudios de FMR, como se llamaba en aquel tiempo la frecuencia modulada de Rivadavia. Estaba en el aire Badía, creo que el programa que hacía se llamaba Piedra Libre, y en una pausita de un par de temas, pasamos al estudio y fuimos presentados al que, para mí, fue un gran referente. No es frase de ocasión: J. A. Badía fue, después de todo, el referente de toda una generación de locutores. Un tipo cordial, afable, tal como se lo escuchaba o se lo veía en la tele. Supongo que dije que yo era locutor, un locutor de Río Cuarto, tal vez con la pretenciosa idea de mostrame como "par". Muy modestamente lo era, y si lo sigo siendo, el Beto tiene mucho, muchísimo que ver con esto. 
Mi cabeza salta 3 décadas y media para atrás. Me lleva a esos momentos de la medianoche, a mediados de los 70, cuando buscaba la Tonomac una vez que mi viejo dejaba de escuchar fútbol uruguayo o basquet bahiense. Cuando LV 16 apagaba su transmisor, Del Plata entraba con todo y yo ponía la radio abajo de la almohada y me preparaba para "Imagínate, Flecha Juventud", hasta que Juan y Graciela "Grace" Mancuso, su cómplice de trasnoche, nos armaban un seductor itinerario de palabras y de música  y un rato después, como a las 2 de la madrugada, al segmento que el Beto eligió para empezar su derrotero de especialista en los Fab Four: "Beatlemanía". Yo me dormía después o durante esos minutos, aunque a veces seguía con ellos con los ojos fijos en los arabescos de la cortina azul por donde se filtraba la luz de la calle Alberdi, que cruzaba el patio de mi casa. Mi mente, se iba de paseo por el universo infinito. 
Uno o dos años más tarde, yo empezaba a atreverme con los micrófonos, con mis 17 años llenos de ganas.
Salto 20 años para acá, cuando volví a encontrármelo en el estudio de Canal 13, mientras hacía su enorme programa "Badia y Cia". Fue una tarde de sábado en la que actuaron Ariel Roth, con sus músicos españoles, entre otros como Raúl Lavié y actores que, según recuerdo, representaban en el piso personajes con escenas contra la censura, todo relacionado con el retorno democrático que se producía por esos momentos.  Uno de ellos era Arturo Bonín.
Juan Alberto Badía era hijo de un gran maestro de locutores, Juan Ramón Badía. La vida me dió también la oportunidad de conocerlo, ya que el papá de Beto presidió la mesa de mi exámen final de Locutor Nacional, en el '86, en los estudios del I.S.E.R. Recuerdo que vino a felicitarme, previo corregirme alguna cuestión de fonética italiana, ya que junto con un santafesino, Juan A. Gasperín, fuimos los únicos que aprobamos. No recuerdo exactamente con que palabras, solo que no pude dejar pasar la oportunidad de contarle de mi admiración y respeto por su hijo, a lo que respondieron con toda elocuencia sus ojos húmedos y una sonrisa.
La idea, el concepto de radio, del locutor, del presentador que fue Badía, han sido mi norte. En el contenido de aquellos programas de radio que tuve, incluso alguno de televisión, estuvo su influencia.
Siento la impotencia y la angustia de tener que pronunciar un adiós.
Solo le diré hasta siempre...y nada más. 
Eso si: cada vez que cante Imagina, de John Lennon, o la presente en algún programa, la dedicaré a Juan Alberto Badía.
Será mi pequeño tributo.
.

 

martes, 26 de junio de 2012

Entre Credence y algunos fantasmas

Escuchaba esta mañana en la radio del auto a Fogerty cantando ¿Has visto la lluvia alguna vez? y le contaba a Valentina, muy temprano y rumbo al colegio, que esa canción tiene más de 40 años. Sonrió cuando le hablaba de los long play en los Winco y que se usaban en los "asaltos". Otro día le contaré de esas reuniones en el living de las casas, adonde nos juntábamos a bailar, los chicos llevabamos las gaseosas y ellas lo demás. Si le comenté sobre cómo había que parar de bailar para cambiar de tema o de disco. Mientras le decía esto, formaba con las manos una suerte de círculo como del tamaño de los vinilos para que supiera que no hablaba de CD's, que aunque los conoce bien, dicho sea al pasar, los compactos ya empiezan a perder terreno frente a las memorias digitales en los teléfonos y otros reproductores. Llegamos al cole y se bajó del auto, dejando al dinosaurio solo al volante y pensando que debo controlar estos comentarios nostálgicos que quizás son para mi más que para los otros. Una manera de recordar-me. De necesitar explicar-me tantas cosas que pasaron desde aquellas mocedades, en las que descubrir el mundo se podía a 33 1/3 rpm. A Valentina pareció interesarle la instantánea que planteaba con mi brevísimo relato, pero tal vez apenas era curiosidad por lo pintoresco. A uno lo impulsan esas imágenes que no acaban de diluirse en la memoria, que aparecen detrás de una melodía como la de hoy a las 7:18. Arranco y sigo por Alvear. En la radio ya no esta John Fogerty, ahora dan la cotización del dólar blue. Entonces, compruebo  otra vez que hay cosas que no cambian y que son las que deberían haberlo hecho.
Salto mentalmente un año más hacia aqui, y me veo con mi hermano Jorge, en Buenos Aires, comprando en una de aquellas legendarias disquerías de la peatonal Lavalle, la de los cines, un simple (eran pequeños discos con una canción de cada lado, Valentina) de un grupo llamado Napoleón Puppy. Era esa primera parte de los setenta: San Lorenzo bicampeón, Lanusse habilita elecciones pero proscribe al exiliado ex presidente, Sui Géneris graba Canción para mi muerte, B.A. Rock, regreso de Perón, masacre de Ezeiza, "montos" llamados "imberbes" por su líder abandonan la Plaza de mayo, Triple A, muerte de Perón, asume Isabel, el Rodrigazo.
El disco tenía de un lado grabado el relato futbolístico, al estilo de José María Muñoz, de un partido imaginario entre "Newell's Olds Precios vs. Salarios Juniors", y hablaba tanto de la inflación como del dólar paralelo y del lado B el "Requiem para la clase media". No se qué fue del disquito, pero siento ganas de buscarlo y ponerlo en la bandeja que hay en casa, por puro masoquismo. Es cierto: también están las canciones de Credence y de tantos otros que nos llevan hacia atrás, pero sin angustia...solo con un inevitable toque melancólico, a los tiempos en que soñar despiertos le ganaba a cualquier escepticismo.