viernes, 19 de noviembre de 2010

De relatos y relatores

El periodismo, me explicaron cuando era joven, está para contar lo que sucede. Y en ese trabajo, con los matices de opinión que supone una tarea de personas, únicas e irrepetibles como todas, de humanos falibles, de sujetos permeables y con pareceres diferentes, entregar una honesta visión de la realidad.
Sigo pensando lo mismo: el relato debe intentar lograr una equidistancia de las posiciones o versiones de los hechos y el relator desafiar los obstáculos, emocionales, intelectuales o circunstanciales, para no caer fácilmente presa de ingenua parcialidad por un lado, o de la comodidad de una narración ambigua, por otro. En otras palabras, la garantía del relator periodístico es su credibilidad, su apego al equilibrio, de no dejarse tentar por observaciones que se suponen “políticamente correctas” u oportunistas,  y sostener con valentía su instinto crítico.
Que se diga que la objetividad no existe, o la imparcialidad absoluta sea imposible, no significa que sobre los temas haya que adoptar una posición militante o una actitud definitiva, porque aunque parezca una obviedad, no faltan los que creen que hay ponerse una camiseta y sistemáticamente tomar partido frente a dos o más puntos de vista, cuando no gravita –lo que es peor- la simpatía incondicional por su procedencia.
Cuando me preguntan ¿de que lado estás?, respondo que del mío. Eso me parece que es “hacerse cargo”. Mi visión es un acto personal e innegociable, mi derecho y responsabilidad. ¿Acaso hay que subirse al escenario para ver los acontecimientos de una obra teatral? Se ve mejor lo que ocurre sobre las tablas desde la platea y desde allí puedo relatar lo que observo, escucho o interpreto.  
En medio de la tendencia de partir el mundo en dos, poniendo a los buenos y los malos a cada lado, el periodista debe tener claro que su rol es observar lo que pasa, pasar por el tamiz de su conciencia los sucesos y abocarse a la redacción o la crónica con la mayor independencia que le resulte posible. Que ni tan malos ni tan buenos, los protagonistas de una noticia que generalmente son humanos o grupos de tales, no siempre tendrán la razón ni estarán definitivamente equivocados.
La opinión no es patrimonio exclusivo de los periodistas y no hace falta recordar que  es derecho de cualquier ciudadano. Pero es parte inevitable e imprescindible de nuestro compromiso profesional evitar la superficialidad y las fallas en la investigación de los temas. La libertad de expresión es para todos, pero el rigor intelectual es una obligación ineludible del trabajo del comunicador.

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