miércoles, 9 de marzo de 2011

Encendí el faro, navegantes...

Marzo se me presentó con cierto previsible vértigo. El oleaje golpeaba a una altura mayor que la habitual. Si enero me dejó algo recuperado y febrero me hizo poner los piés sobre la tierra, marzo me da empujones hacia las fauces famélicas de un 2011 que me tiene reservados algunos desafíos que creo no desconocer. Dejaré la metáfora marina para ir al grano y en el repaso darme unas pistas -si, escribo darme y no dar-, porque en realidad se trata de que mi faro sea primero brújula personal y después les sirva a Uds. Voy con cierta cronología y miro hacia enero: fue que me propuse volver a cantar después del casi mutis de estos últimos 2 o 3 años. Alpa Corral y Las Albahacas fueron testigos. 
Entre ambas experiencias, en familia, fuimos a conocer lugares de San Luis. El cabildo de La Punta, las buenas rutas puntanas, la ciudad que "inventaron" los Rodriguez Saa, Potrero de los Funes, Trapiche, La Florida. Febrero fue volver de a poco a la rutina y Marzo a la realidad.
En el camino, me han ido quedando claro algunas pocas cosas. Quiero cantar y en algunos lugares ni saben de esta osadía de creerme artista, que ya lleva 30 años. Y gente joven, que nunca me ha escuchado, me pone -y no me parece mal- frente al desafio del "casting". Me hace sentir como el pibe que recién larga: ¿"no tenés alguna grabación para escuchar lo que hacés?...Te escucho siempre por la radio, pero no sabía que cantabas...". 
Casi como Jeff Bridges en Crazy Heart, con menos whisky, menos pelo, menos pinta y más kilos. Eso sí, casi tan viejo como el personaje que le valió un Oscar. Lo cierto es que me armé de algunos temas nuevos -en mi repertorio- y resucité viejas canciones con versiones nuevas. Estoy en el camino. Pero aqui, en el medio de este marzo, mi vuelta a Troya se demora: sin Carnaval ni Dia de la mujer, iré el 19 a decir algunas cosas a Pringles y Marqués de Sobre Monte. 
Seguiré el consejo de la mujer de los cotidianos discursos y no me haré los rulos: no me refiero a la obviedad de mi escasa cabellera ni a su imposible eternidad presidencial; quiero decir que no tengo pretensiones de plateas de cientos ni de miles (ella sí). Pero, cuando me jaquean los fantasmas de la indiferencia y me pongo notas bajas por mi andar equivocado por la vida y por el mundo, beberé otra vez del agua fresca de la música para sentir mi alma aliviada. Las angustias se mueren en el acto cuando la canción me da su mano y siento deseos de volver a encender este faro de mil utopías. 
 

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